viernes, 23 de mayo de 2008

Hombres adictos a los prostíbulos: Los caraduras, los iniciados y los arrepentidos

Un porcentaje importante de chilenos ha tenido sexo alguna vez con una prostituta. Conversamos con tres jóvenes profesionales cuyas vidas tiene algo en común: todos han pagado alguna vez por sexo. Sus confesiones dan para muchos análisis, aunque sin ser expertos podríamos decir que sus experiencias permiten que los agrupemos en tres equipos: Los curiosos, los caraduras y los eternos arrepentidos. Acompáñanos a ingresar en la psiquis de los “puteros chilensis”.

El Curioso
Alejandro estudia arquitectura, tiene 22 años y nos contó cómo fue la única vez que se involucró con una prostituta. Al comienzo algo reticente, nos confiesa que no le gusta mucho hablar de ese tema. “Tenía 19 años y dos amigos que ya habían ido a casas de prostitutas me convencieron”, confiesa. “Yo ya había tenido experiencias sexuales con pololas, pero la verdad tenía curiosidad por involucrarme con una verdadera profesional”, nos cuenta.

“Una tarde fui con mis amigos a un local que está en calle Seminario en Providencia y recuerdo que elegí una negra espectacular. Mis socios me dejaron elegir primero porque era mi primera vez”, dice. “La verdad es que lo pasé bien. La chica era increíble. Pero aunque usé condón en el contacto al otro día me empecé a perseguir con el cuento del SIDA. Me enfermé, no sé si fue sicológico, lo cierto es que realicé el famoso test de Elisa y gracias a Dios me salió negativo”. Alejandro confesó que en la espera del test lo pasó muy mal. “Dormí pésimo y cuando me entregaron el resultado fue un alivio y prometí nunca más volver a correr ese riesgo”.

El Caradura
Mario, conocido como el Negro, es ingeniero en administración de empresas y tiene 30 años. Se confiesa como un “calentón inconsciente” y dice no poder frenar su impulso. “Casi todos los fines de semana duermo con una prostituta. En algunas casas soy hasta cliente”, cuenta sin arrugarse.

La verdad es que Mario lleva una vida demasiado desordenada, con un hijo criado por su madre y una polola a la que engaña sin mediar cuentas. “Mira, yo soy un caliente y los fines de semana chupo con mis amigos como condenado, voy a una discotheque y como a las cinco de la mañana me voy a una casa de putas en la que ya todos me conocen. Yo creo que en eso me gasto a la semana unos 140 mil pesos”.

Sobre los riesgos de llevar una vida así, nuestro entrevistado parece no tener temores. “Mira, he dormido con tantas mujeres y he sido tan irresponsable que si me muero de SIDA u otra enfermedad me da lo mismo.... igual lo he pasado bien. En todo caso siempre uso preservativo”, asegura. Ante la pregunta si alguna vez piensa parar, asegura con propiedad: “Nunca. Tu creís que soy el único en Chile que lleva esta vida? Hay caleta de compadres iguales a mí. La vida es una sola y hay que pasarlo bien”.

El Arrepentido
Claudio casi no quiere hablar del tema, lo rehuye y se escapa de él a como dé lugar. Hasta que finalmente lanza su mea culpa. “He dormido con muchas prostitutas. Pero siempre me da lata después”. Separado hace pocos meses Claudio, de 27 años y trabajador de un banco, cuenta que su primera experiencia con una prostituta fue cuando muy joven un amigo lo incentivó para que llamaran unas chicas a domicilio.

Desde esa fecha a su haber cuenta más de una treitena, asegurando que de todas y cada una de las experiencias se ha arrepentido, pero que siempre vuelve a pecar. “Hace una semana vi el diario donde salían avisos de varias minas que ofrecen sus servicios, llamé y me atendí con dos al mismo tiempo”, relata. “Si me preguntas porqué lo hago, te diría que de hueón, siempre después me deprimo y me achaco. Soy un vaca caliente que no se controla y me da mucha lata”.

Claudio nos asegura que la soledad y la depresión muchas veces lo llevan a acostarse con mujeres, sin embargo confiesa que no lo hará más, pero también reconoce que muchas veces se ha hecho esa promesa pero cada cierto tiempo cae en la tentación. “Ojalá esta vez no las cague de nuevo”, lanza con un aire demasiado arrepentido como para no creerle.

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